Por Dr. Ruben Torres. 



Médico especialista en cirugía infantil (Universidad de Buenos Aires). Diploma de Honor. Rector de la Universidad Isalud. Ex Superintendente de Servicios de Salud de la Nación. Magister en Sistemas de Salud y Seguridad Social. Especialista en Planificación y Gestión de políticas sociales. Master en Sociología. Presidente de la Federación Latinoamericana de Hospitales (FLH).

La pandemia que estamos transcurriendo ha sido oportunidad para el aprendizaje de muchas lecciones. Una de ellas es la vinculada al reposicionamiento de la salud publica como una actividad central y relevante del Estado. Una salud publica, que como disciplina fue cambiando radicalmente, y mientras muchos de sus practicantes desarrollaban planes de salud sexual y reproductiva, controlaban la calidad y el acceso a agua potable o intentaban instalar programas de atención primaria, su influencia política disminuía día a día, hasta desaparecer de la agenda de los asuntos públicos. Además, ya no basta con demostrar que una determinada intervención previene enfermedades y salva vidas: ahora tiene que hacerlo de forma asequible para todos. La visibilidad popular de la salud publica estaba profundamente opacada y su recuperación será una tarea difícil. Si un pirómano incendia un edificio, los roles de los bomberos y la policía son obvios, y cuando ellos realizan su trabajo (apagar el fuego y apresar al pirómano) la comunidad reconoce sus logros y aplaude su acción, y es políticamente difícil o imposible recortar el presupuesto del departamento de bomberos o de policía. Si, por el contrario, los trabajadores y la mayoría de los ciudadanos están fuertes y saludables, pareciera casi imposible probar que ello es resultado de los esfuerzos de los sanitaristas, y el efecto es inverso; cuando la salud está en su mejor momento, no hay epidemias, agua y comida son seguras para su consumo, los ciudadanos están bien informados sobre los hábitos personales que afectan su salud, los niños están vacunados, los obreros obedecen las medidas de seguridad, hay escasas diferencias entre la posibilidad de sufrir enfermedades o en la expectativa de vida entre los distintos grupos, y no hay fallas en estas áreas, los políticos ante cualquier dificultad económica, o limitaciones que pongan en peligro la expansión de su poder territorial, se sienten justificados para recortar los presupuestos de salud, por esa “invisibilidad” y con la tranquilidad de que como, por lo general son mucho más ricos que la mayoría de los ciudadanos, tienen acceso a una cobertura de salud privada, de élite.

Estadísticas vitales de Inglaterra, Gales y Suecia muestran que en 1700 las mujeres vivían un promedio de entre 27 y 30 años. En 1971, ya vivían 75, y mas de la mitad de ese notable aumento ocurrió antes de 1900. Del mismo modo, la tuberculosis en Inglaterra paso de 4000/mill.  A 500/mill. entre 1838 y 1949, un descenso del 87%, que al igual que el de las enfermedades infecciosas, se produjo antes de la era antibiótica. Mientras tanto el “saludable” mundo del siglo XXI se congratula de un bullicioso mercado biotecnológico, la presunta farmacopea para la prevención de las enfermedades futuras. Sin duda, las herramientas medicas y científicas desarrolladas en el siglo XX, forman la base vital de los esfuerzos de la salud publica en el siglo XXI, así como las audaces innovaciones basadas en la alteración genética, pero los factores básicos para la salud poblacional son muy antiguos y no tecnológicos: agua pura, nutrición suficiente, comida no contaminada, vivienda decente, correcta disposición de la basura, control medico y social de las epidemias, aire puro, acceso universal a controles materno infantiles, personal de salud entrenado y población suficientemente educada para comprender y utilizar información en su vida diaria. Muchas de las medidas invocadas fueron claves para enfrentar la pandemia. Del mismo modo aun hoy en el rico Estados Unidos, los hospitales son lugares donde muchos pacientes se tornan mas enfermos de lo que estaban al ingresar, y se contagian enfermedades en sus camas. En muchos de los países de nuestra America, no existe acceso oportuno al agua potable; muchas de nuestra fuentes se encuentran contaminadas; la basura sin tratar; niños sin vacunar y malnutridos, y hasta hace poco el lavado de manos era increíblemente soslayado en muchos centros de salud donde los antibióticos se dispensan como caramelos.

La pandemia nos ha mostrado descarnadamente la realidad del mundo en el cual vivíamos, y la pregunta es si cuando hablamos de la nueva normalidad nuestra aspiración es volver a ese mundo, donde el gran desafío era, y sigue siendo, la brutal inequidad entre ricos y pobres. Para poder afrontarlo, necesitamos asegurar para todos una adecuada nutrición, una vivienda decente, el acceso universal al agua potable y las cloacas, un correcto control epidemiológico, una educación suficiente y un sistema de cuidados que siga la máxima prioridad de la medicina: no hacer daño. La invisible tarea de la salud publica.



Diciembre 2020.